4/4/11

Despedida

Te conocí hace más de quince años por que recuerdo exactamente el momento y fecha en el cual te vi por primera vez. Ambos éramos un par de niños muy dispersos a los cuales sus padres mandaron a estudiar a un colegio que no aceptaba más de diez niños por salón.

No paso mucho tiempo hasta mi madre, obnubilada por las tertulias a las que asistía todos los viernes con sus amigas de la universidad, decidiera cambiarme de colegio a uno mucho más grande y de “prestigio” pues esa era la recomendación general y por consenso en aquellos aquelarres.

La decisión implicaba el pasar de pequeño grupo en el cual conocía a todos mis compañeros, así no me llevara bien con todos, a otro en el cual estaríamos divididos en cuatro secciones de treinta chicos en cada aula. Yo estaba seguro de que nunca llegaría a conocerlos a todos pero también tenía la promesa de poder presumir sobre el nombre del nuevo colegio cuando estuviera en la universidad.

Efectivamente eso nunca paso. Conocí a unos cuantos que tuvieron la amabilidad de hablar con un extraño que había estudiado los cuatro primeros años de primaria en otro colegio. Ellos ya pensaban en terminar aquella etapa para pasar a secundaria y tener más libertades como los chicos mayores que iban a fiestas y hablaban con chicas de otros colegios.

Yo integre el equipo de ajedrez del colegio para tener alguna actividad en la cual pudiera avocarme y dedicar el tiempo libre que tenia. Había chicos de otras promociones, en su mayoría menores, éramos pocos pero fue así como asistí a mis primeras reuniones sociales con chicos de mi nuevo colegio.

Yo solía esperar con ansias mi cumpleaños. El primer años, luego del cambio de colegio, invite a mis amigos de siempre, algunos vecinos y unos cuantos del nuevo colegio, en realidad solo a aquellos que se habían dignado a hablarme a inicios del año pues mi cumpleaños es en noviembre.

Pasaron los años y las excusas fueron apareciendo. Ella no podía venir porque tenía algún otro compromiso, pero siempre me mandaba una tarjeta con algunas líneas de puño y letras. Fue ahí cuando conocí lo que era una decepción y el sentirse solo en una multitud. Ya tenía varios amigos en el colegio los cuales me presentaban a más chicos y chicas de otros colegios pero no era lo mismo.

Nunca se me fue la timidez. Siempre he sido parco y algo huraño al hablar con desconocidos. Probablemente mis amigos pensaron en un inicio que era un eremita. Cuando empezamos a ir a fiestas de quince años solucionaba algunos de mis problemas con algunos vasos de ron con cola.

Desde muy joven tuve cierta facilidad para hablar sobre humanidades en general. Estaba muy interesado por el realismo sucio y los marginales en una época. Luego me intereso la filosofía antigua y después los análisis sociológicos comparados. Supongo que hablar de temas complicados para la edad que tenía en ese entonces atraía la atención de varias personas, sobre todo la de las chicas que despertaban cierto interés aún inocente aunque arrebatado por los desordenes hormonales propios de la edad.

Cuando cumplí la mayoría de edad ya estaba cursando el segundo ciclo en la universidad. Después de algunas llamadas logre comprometer a los amigos de toda una corta existencia a que asistieran a una reunión que mi madre había organizado en el bar ingles de un conocido casino. Por suerte yo era el menor de todos así que todos teníamos licencia para beber con tranquilidad.

Ella vino, algo tarde, pero la espera valió la pena. Había perdido algo de contacto con ella desde los últimos años de la secundaria. Todos nos divertimos y la pasamos muy bien. Intercambiábamos anécdotas y contábamos historias sobre lo bien que nos iba en la universidad o aquellos gratos recuerdos que teníamos de la época de escolares.

Mis siguientes cumpleaños fueron reuniones pequeñas. Algunos ya empezábamos a trabajar o estábamos por titularnos y teníamos que esforzarnos por presentar una buena tesis. Al poco tiempo y sin darme cuenta pasaba mis tardes en la redacción de una revista que poco a poco se fue haciendo conocida y que empezó como parte del proyecto de licenciatura de algunos amigos.

Nunca tuve un tema específico sobre el cual escribir. Me interesaba la política pero me aburría escribir sobre el mismo tema de vez en cuando así que tenía que ir variando de acuerdo a las sugerencias de los compañeros de trabajo. Yo tenía el escritorio cerca a la ventana y podía fumar sin perturbar a los demás.

En algún momento mi historia se confundía con la historia de mis cigarrillos. No recuerdo cuando fue que empecé con este mal hábito que por cierto molestaba a algunos de mis amigos más cercanos. Ella nunca entendió, ni quiso comprender mis defectos y cuando estaba cerca a ella hacia lo posible por evitar la tentación de un cigarrillo.

Hace unos días te vi de casualidad en el café al que voy antes del trabajo y se me ocurrió hablar de nuestra historia en la columna que tengo en la revista. No sabía si el contenido de lo que había escrito era publicable así que tuve que hacer unas cuantas preguntas antes de mandar el material a edición. Resulto siendo un material curioso y fuera de lo habitual así que decidieron publicarlo, me pidieron una imagen y les di una que tenía guardada en la billetera. Después de todo era la única que tenía en la que salíamos junto.

No es que fuese muy conocido pero a veces ya no me cobraban el café cuando tenía un billete grande y estaba con algo de prisa en las mañanas. A la semana siguiente mi crónica fue publicada, mi rutina continuaba y ya pensaba en los siguientes textos pendientes por publicar.

Tú seguías en mi mente. No podía alejarte. Mi interior era el lugar adecuado para divagar en ucronias.

Esta mañana fui a la revista para continuar con la rutina. Nada del otro jueves, solo ver que hacen los demás y ver qué es lo que puedo escribir en unas cuantas horas. Usualmente ayudo a los practicantes dándoles ideas que ellos puedan desarrollar. Talento en bruto que necesita ser pulido. Mi sorpresa fue grande cuando me dijeron que habían recibido una llamada para mí. Fuiste tú. Pensé que algo malo había ocurrido así que no me importa nada y empecé a fumar en la sala común de la oficina. El recado era simple. No quería volver a saber nada de mi nunca más.

La vida no solo trae sorpresas, también, decepciones. Yo ya te extraño y nunca pude despedirme. Sin embargo a veces es necesario dejar el pasado atrás sin olvidarlo.

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