21/5/10

Con el ala rota


En las tardes, después de los ejercicios; el cabo Franklin, cansado, sudoroso, solía sentarse vista al mar y en aquella nostalgia innata en el provinciano: “¿Qué será de ella?” se preguntaba constantemente. Y un turbión de recuerdos infinitos se agolpaban en el fatigado cerebro de Augusto, mientras el sol daba volantines en las aguas azules y tranquilas de Chorrillos.

Otras veces parado en el alféizar de su ventana, cuando le nombraban centinela, se extasiaba contemplando las montañas lejanas y de sus labios inconscientes se escapaba una letrilla que recordaba los aires de su Nepeña y su Juana, pues prendidos de la mano y acariciándose con la mirada siempre le había gustado cantarlo:

Corazón hasta cuando estás sufriendo

Hasta cuando estás llorando

Pobre pobre corazón…

¡Cuántas veces su capitán lo había sorprendido! ¡Eh, cabo Franklin, deje esas tristezas y adelante con los fusiles! Pero ¿qué es lo que le pasa a Ud.? Siempre lo encuentro con la mirada incierta y la vista perdida en lontananza… Dígame, Franklin, ¿extraña Ud. mucho? Sí mi Capitán, extraño mucho; a mi terruño que es un pueblo chico, muy chico pero qué belleza la que encierra para uno que vio las primeras luces allí. Extraño a mi viejo y a ella mi Capitán, a ella que no sé cuándo la volveré a ver.

Vamos, vamos, Franklin no sea melodramático y deje que el tiempo pase y verá luego que se adaptará a este ambiente y dejará y hasta abandonará a eso que Ud. llama mi terruño… y por “ella” no se preocupe que aquí una chorrillana le hará olvidar su… ¿cómo dijo que se llamaba su pueblo?

Nepeña mi Capitán, queda en la provincia de Santa, cerca de Chimbote, veintitantos kilómetros lo separan. Pues bien, yo le aseguro que su Nepeñera, quedará relegada a segundo término cuando Ud. comience a tratar de cerca a las gilas de este sector. Las hay macanudas, vaya nomás a la playa los domingos y verá ¡Qué lomos sublimes! Después me contará la historia.

Buena gente este Capitán, pero se equivoca cuando cree que yo pueda olvidar a mi Juana, no puede haber otra mejor que ella; más bonitas tal vez, pero buenas como ella, nelson; mi China es como la Inca Cola: no se parece a ninguna.

Después, en las noches, en la enorme cuadra donde dormía la tropa; se sentía sollozos contenidos y el movimiento de un cuerpo que atenazaba el insomnio. ¿Quién era? Augusto que no podía conciliar el sueño. Y así envuelto en una vaga tristeza, mezcla de desesperación y abandono, entre dolorosas añoranzas de su hogar; la vida de Augusto se consumía como una flor tronchada por el cierzo implacable de la ley del Servicio Militar Obligatorio.

Un día domingo que estaba de guardia, pero que aún no le tocaba su turno por lo que permanecía en su cuadra; llegó un “número”... Cabo Franklin, Cabo Franklin, lo llaman a la Prevención, tiene visita, es uno de la Marina.

-¡Ah!, debe ser Alcides que ha llegado ya de su crucero de verano.

-¡Chile! Mi hermanón ¿Cómo estás? ¿Cuándo llegaste? ¿Por dónde has andado? ¿Fuiste a la “Santa”?

--Bueno, con calma hermanón; llegué recién ayer, he andado por todos los puertos de la costa peruana y llegando a Chimbote me fui a la “Santa” por supuesto.

- Vamos a la cuadra. Pero ¡qué bien se te ve con tu uniforme blanco, caray! Y yo que tanto quise vestir ese uniforme... Pero… ¿te acuerdas que cuando me presenté para la Marina, el médico en Casma me dijo que yo no andaba bien del corazón? ¿Te acuerdas? Ah, si no, ésta es la hora que anduviéramos juntos dejando en cada puerto un amor pero volviendo siempre a los brazos y regazo de la “firme”. Y dime hermanón, ahora que fuiste a Nepeña ¿la viste? ¿Qué te dice de mí? ¿Recibiría mi foto?

--Sí, si la vi, no pude hablar mucho con ella, pero sé que te quiere, y me mostró la foto en la que estás bien chuchón en un caballo blanco parado en las posteriores. Le dije que en cuanto llegara acá te iba a ver y me encargó te saludara y te dijera que no dudaras de ella que te sería fiel hasta la muerte. Total, se puso dramática y yo opté por despedirme rápidamente pues el tiempo me ganaba y tenía que hacer mis reglamentarias visitas. Fui al cementerio llevando flores y velas a mi Mamá y también le puse a la tuya. Tu viejo está… bueno así, así. Se le ve robusto lleno de vida, pero parece que interiormente se consume, la pérdida de la vista lo ha desmoralizado. A mí me reconoció por la voz; dile a mi Chino que siga adelante, me dijo. Tu madrastra- muy buena como siempre- no sabía qué mandarte, pero yo le dije que no preocupara por eso pues yo no viajaba directamente a Lima sino que como viajaba en el barco, tenía que venir recalando en los demás puertos. Y así pues mi querido Augusto chequé, creo que algo te he contado y respecto a ella podrás estar tranquilo.

- Ah sí, tranquilo pero no contento, es un año que ha pasado y sin verla una sola vez… la extraño mucho Chile, créemelo y temo que ésta no pueda esperarme 2 años más que son los que me faltan para salir licenciado.

-- ¿Es que te piensas casar en cuanto salgas de baja, que para entonces no tendrás aún ni 21 años?

- Claro que pienso casarme, aunque me digas que eso es una locura, pero no aguanto la vida sin ella.

-- Allá tú hermanón; lo que es yo no pienso en casorio todavía, Zoilita tendrá que esperarme 6 años más cuando yo salga de baja.

- ¿Seis años más? Y 5 que ya llevan Uds. serían 11; no creo que te espere hasta esa época, es mucho tiempo hermano. Y a propósito ¿cómo está ella?

-- Sé que está buena, está ahora en Carhuamarca, en donde su hermana es maestra.

- ¿Dónde quedará eso?, creo que de Jimbe para adentro.

-- Ajá, creo que sí, es una serranía inhóspita en donde abundan los picachos y precipicios, pero que tiene sus atractivos en la belleza natural de sus lomas y quebradas y algunos cerros nevados que la circundan.

- ¡Bah!, puro romanticismo, qué va ha haber belleza en lugares así; nuestro Nepeña sí que es lindo. Flores lindas y variadas en primavera que exhalan su perfume por doquier. En verano sus riachuelos que desbordan el líquido elemento han de ir a calmar la sed de esas sementeras, que con ansias locas esperaban la “avenida” para recibir su riego vivificante; y en invierno da gusto contemplar el ganado pastando por aquí, por allá y más allá. Si ya me veo en mi potro blanco, corriendo tras ese ganado barroso que me paraba rompiendo cercos y desparramándose por la cancha de fútbol. ¡Oh! ¿Cuándo estaré allí otra vez? Y qué me cuentas de los amigos ¿viste a Fidel? ¿Cómo está?

-- Claro que lo ví, está bueno, el “cuaclo” y siempre con sus locuras ¿Y cómo está la fatianza pajuela? Me dijo poniéndose un dedo en la sien; yo le dije que estabas bueno. Está aprendiendo a remendar zapatos en la zapatería de José: “aquí me gano mis 70 a 80 centavos diarios y hasta 1 sol a veces”, me dijo. Nos pegamos nuestra enchichada asentando esos sabrosos cuyes muy típicos en nuestra “Santa” y por la noche se armó una jaranita de esas buenas y con muchas chicocas. Algunas que nosotros dejamos chicas ya están maltoncitas: la tomacaldo, las curitas por ejemplo ya están buenas, tu prima Vita, Ida están como cohete; bueno no te voy a cansar más y ya me voy. El próximo domingo te espero en la Escuela Naval, estaré de guardia así que no dejes de ir.

Y así se despidieron Augusto y Alcides, amigos que cultivaron una amistad desde la época escolar allá en ese Centro Escolar N° 315. Amistad que el tiempo iba fortaleciendo y hoy ya hombres, uno en el Ejército y en la Armada el otro; siguieron haciendo de la amistad un verdadero monumento.

Augusto ingresó a la Escuela de Clases de Caballería de Chorrillos en enero de 1945 y Alcides a las Escuelas Técnicas de la Armada en Abril del mismo año, sin que ambos hayan cumplido los 18 años. Se visitaban mutuamente aprovechando de sus encuentros, para rememorar y revivir con sus recuerdos escenas transcurridas en ese bello pueblito de Nepeña, pueblo que ambos quieren entrañablemente y que sólo el afán de superación y búsqueda de horizontes más amplios; se vieron obligados a abandonarlo, pero lo seguían y lo siguen llevando en su corazón como quedará demostrado en el transcurso de esta narración.

Escuchémosle de qué conversan cuando se encuentran:

- ¿Qué estará haciendo nuestra gente allá en Nepeña a esta hora, Chile? Seguro están en el parque paseándose a su alrededor mientras en el kiosco suena el radio ese que más parece ruidos de chicharra.

--Mmm, en el Pedregal los muchachos deben estar jugando a las escondidas, las “Bacas” en su puerta mirando la polvareda que levantan los muchachos frente a mi casa; ella no está allí, pero me la imagino también, si hasta me parece escuchar que canta: el mar, el mar con su incasable oleaje…

-¡Bah!, ya te estás poniendo romántico. Piensa más bien que mañana cuando amanezca, mi chacrita estará toda mojadita con la garúa de la noche y donde tu padrino Octavio alguien estará ensillando tu “moro” y arreando las vacas al corral para sacarle leche. Mi madrastra abrirá la tienda y ELLA llegará llevando el pan calientito salido del horno de Don Roberto. Me echarán de menos a la hora del almuerzo cuando ya no escuchen mi voz pidiendo “¡un costumbre!”: mondonguito con arroz.

-- Cómo me acuerdo de todo, su aspecto tan pueblerino. Tobías ha prendido ya los faroles, “Cuaclo” debe estar dándole y dándole y a la masa. Ya no estoy allí para ayudarle como solía hacerlo para después irnos al parque de abajo a fumarnos un “Inca” a escondidas. ¿Y te acuerdas de la época en que hay Rosario? Qué católico resulta ser uno porque no se falla una noche; pero no era el Rosario propiamente el que me atraía. Yo iba porque así la veía cuando iba, la escuchaba cantar en el coro y cuando salía me conformaba con mirarla, con verla irse y decirnos en el silencio de nuestras miradas ¡Te quiero Negra!

Y así más de las veces estos amigos se las pasaron rememorando su querido Nepeña y sus amores que allá quedaron.

Ha pasado así un año más. Augusto ya tiene 2 años en el Ejército y espera con ansias el transcurso del tercero para licenciarse y volver al terruño, ver a su amada que él no ha olvidado ni un solo instante y decirle: vamos a casarnos porque ya no puedo estar más sin ti. Ella seguro se alegrará cuando le escuche decir eso, al menos así piensa Augusto.

-Virgencita de Guadalupe, haz que transcurra este año lo más pronto porque quiero volver; te iré a ver y me arrodillaré ante ti para agradecértelo pero te pido que hagas que ella no me olvide, que sea fiel a su promesa, el de esperar mi vuelta para unirse a mí para toda la vida. No me volveré a mover de mi Nepeña querido. Qué importa que allá no existan estas cosas bellas que acá se ven, pero teniéndola a ella a mi lado yo tendré todo, sí todo.

Y así transcurrió un año más para el ya Sargento Franklin quien seguía pensando que no es la madre la única que forma al hombre. Que la naturaleza, los paisajes, las montañas de la tierra nativa, lo hacen crecer, lo alimentan, lo modelan, lo transforman, lo purifican y lo lanzan al tumulto de la vida. Que el hombre es como una floración divina del panorama del terruño. Que es su espíritu, por eso le acaricia la frente con las doradas mariposas de su pensamiento. Que tiene su alma, que es su segunda naturaleza, la más imperiosa y dominadora. “La cabra tira al monte”. Es la exégesis a la fuerza creadora del terruño, de la patria y del continente. Por eso el hombre más representativo de su pueblo, es aquel que ha sabido extraerle como un cachorro, toda la pureza en la leche de sus ubres. Existe una ecuación integral entre el espíritu de un hombre y las visiones materiales de su infancia. Tanto más fuerte, cuanto más sugestivas las formas de la naturaleza. ¿Qué es el provincialismo? Es la vuelta al terruño, es encontrar el espíritu de nuestra raza vagando en los páramos desiertos de la costa o las desoladas pampas de nuestras serranías. Es encontrarnos a nosotros mismos después de las alborotadas sugestiones de nuestra adolescencia. Quiero volver, me jala la tierra, el corazón se me hincha de emoción cuando pienso que es poco lo que falta para cumplir con mi servicio pero que largo se me hacen estos últimos meses. ¿Por qué tendré tan metida dentro de mí a mi China? Pero es que a ella la encontré junto a los primeros despertares de mi corazón; a las primeras lágrimas de mi adolescencia. En aquella época era yo un adolescente, de pronto surgió ella como algo que esperaba. Sus ojazos negros grandes, serenos y ligeramente rasgados tenían tal ternura que no podía mirársele sin sentirse penetrado de ese vago perfume de amor que inunda los corazones en la adolescencia. Y la verdad es que en sus ojos residía todo el encanto de aquella mujer que no puedo recordarla sin que un turbión de memorias infinitas llenen mi ser de las más vagas emociones. Eran como aquellas noches donde el misterio no está en la oscuridad, sino en la mirada serena y pensativa de las estrellas, en el azul purísimo de lo insondable. No sé por qué los ojos de mi China traen a mi memoria las fuentes encantadas, los remansos perdidos en la fronda, la quietud de la laguna de Gailan, la serenidad avasalladora de la noche. En efecto los ojos son lo más penetrante de su ser. De ahí que, cuando sueño con ella en esas vaguedades de lo inconsciente; lo que más perdura en mis recuerdos son sus ojos. Si pintor hubiera sido, de seguro no hubiera pintado sino ojos. Pero ojos grandes, negros, serenos y ligeramente rasgados como los de la “China”. “Aquí está el pan Augusto” y yo al recibirle la canasta le tomaba suavemente su manito que la traía un tanto fría pero al contacto con las mías, su calor renacía en ellas. “Cuidado que nos ven” decía, y yo tenía que soltarla pero ya satisfecho de haberle acariciado sus delicadas manos. Caricias todas llenas de inocencia pero que llenaban mi corazón de un dulce efluvio, y felicidad más grande no se podía pedir. Así transcurrió nuestra adolescencia y nuestro amor fue haciéndose cada vez más intenso. Todavía recuerdo como si fuera ayer el día en que le dije: “China, me voy a Lima, voy a cumplir mi Servicio Militar, dejaremos de vernos 2 años, tal vez 3; pero puedes estar segura que ni el tiempo ni la distancia hará que mi amor hacia ti decrezca un ápice. Me iré llevando tu corazón aquí en el mío y el tiempo que permanezca fuera de tu lado servirá para demostrar a este nuestro pueblo, que no obstante haber comenzado a amarnos desde pequeños, nuestro amor constituye un mensaje y una realidad y mañana cuando estemos unidos para siempre, seremos un ejemplo viviente para las generaciones venideras. Ella no me contestó nada, se había quedado muda y con la mirada caída; la tomé del mentón para mirarle sus ojos y ví que ellos estaban llenos de lágrimas. Sus labios quisieron esbozar una sonrisa, pero sólo logró un rictus de dolor que yo no puede seguir contemplando y la despedí pidiéndole que acuda al lugar de nuestras acostumbradas citas a la hora de siempre.

Allí la encontré cuando fui. Se había sentado en el tronco, bajo el árbol, mirando correr el agua turbia que pasaba por el canal cerca a sus pies. Cuando me vió no me recibió como otras veces en las que con una sonrisa amplia y sus brazos abiertos los cerraba a mi cuello. Esta vez permaneció sentada y yo me puse de cuclillas a su lado; sus ojos estaban muy rojos, bastante hinchados. Describir la pena que me embargaba en ese momento no me es posible; no me afectaba tanto el hecho de tener que dejarla, sino la forma como ella quedaba. Yo sabía que me quería, estaba seguro que su amor hacia mí era intenso, pero nunca pensé que le afectara tanto mi partida. China, has llorado; por favor no quiero que estés triste, tienes que darme valor para yo poder partir. No es sólo el Servicio Militar el que de ti me aleja, sino que ya tengo que ir viendo el futuro nuestro. Tengo que hacer una profesión para nuestro mañana. Sé valiente China, sólo quiero tu promesa que a mi regreso te encontraré esperándome. Eso será el agua que calme mi sed de nostalgia. Ella haciendo un esfuerzo levantó su cara, abrió sus ojos, me miró intensamente y sus lágrimas comenzaron a correr a raudales por sus mejillas. Me abrazó fuerte, muy fuerte y me di cuenta que yo también estaba llorando. Luego ya calmada me habló de sus temores. “Tú me olvidarás Augusto. Tanto tiempo sin verme y con tantas muchachas bonitas, me echarás al olvido y yo no quiero ni pensar en qué sería para mí la vida si eso llegara a suceder. Me iría a La Cruz del Siglo, allí llevaría mi último recuerdo; gritaría con todas mis fuerzas: Augusto, mi amor fue sólo tuyo y me has engañado. Me voy: adiós. Y mi cuerpo lo echaría a rodar por el lado de las crispadas peñas.” No pienses eso China- le dije- ya verás que el tiempo transcurrirá pronto y nuevamente estaremos juntos para formar nuestro hogar, tendremos hijos y la vida será un eterno paraíso. Sí China, un eterno paraíso, ten fe en mí; no desmayes un solo instante, no te dejes llevar de malos consejos. Seme fiel es todo lo que te pido que yo no dejaré de pensar en ti ni un solo instante. Mañana a esta hora ya estaré llegando a Lima. Te escribiré de inmediato, tú me contestarás tan pronto como puedas y de ese modo seguiremos tan juntos como si no nos hubiéramos separado. Después de todo, nuestra separación es sólo material pues espiritualmente estaremos siempre juntos. Cada mañana me sentiré a tu lado en tus faenas acostumbradas de repartir el pan, al mediodía te estaré acompañando a cargar el agua y ya en el atardecer vendrás a este mismo sitio y aunque no me veas yo estaré a tu lado China, pondré mi mano en tu cabellera, acercaré mi cara a la tuya y te diré: aquí estoy China.

Sí, así fue como me despedí de ella y ahora que me falta poco para volver, me asalta un pequeño temor ¿y si me ha olvidado? No, no puede ser, ella siempre me dijo que yo era la razón de su vida, entonces… ¿Por qué no me escribe desde hace tanto tiempo? No, no, seguro se han extraviado sus cartas o tal vez las mías han sido interceptadas; tiene que ser así, no puede ser otra la causa.

Y el Sargento Franklin comenzaba a sentir sus dudas, temía por ella; la carne es débil-pensaba- y pueden habérmela hecho cambiar; y 4 meses que faltaban se le hacían siglos.

Llegó por fin el día tanto tiempo esperado. “Sargento Franklin lo llaman a la Prevención” dijo el número. En la Prevención, el Comandante Vásquez le dijo: “Sargento Franklin, aquí está su libreta de licenciamiento. Lamentamos mucho no haya querido Ud. reengancharse; aquí podía haber hecho carrera, pero sabemos que está loco por volver a su pueblo. Pero recuerde, si quiere volver; hágalo pronto que aquí las puertas del cuartel están abiertas y estarán siempre abiertas para todo nepeñero que como Ud., tienen conciencia del deber y responsabilidad además de hombría de bien. Adiós Franklin, ya es Ud. un civil. Le deseo muy buena suerte y ojalá que en su terruño encuentre a la causante de su intranquilidad, porque me llegué a enterar que tiene Ud. un motivo sentimental para dejar el servicio, de todos modos ¡Buena suerte!

Al fin libre. Estaba contento porque pronto iría a Nepeña, pero debo reconocer que 3 años en el cuartel también había conquistado mi afecto y extrañaría mi cuadra. La gallada echaría de menos al “loco” como cariñosamente me llamaban, pero “Nepeña” está por encima de todo y adelante. Salí de la Escuela con mi pequeño equipaje al brazo. Los muchachos se habían reunido en la puerta y todos a coro me gritaron ¡Adiós Loco, muchas felicidades! Los miré a todos, les sonreí, levanté un brazo y quise decirles algo pero tenía un nudo en la garganta y no pude articular palabra. Sin darme cuenta también estaba llorando. Corrí a la esquina y tomé un taxi: Zepita 290 le dije.

Mi abuelita salió a recibirme, no podría decir si estaba contenta pues mi salida del cuartel me alejaría de su lado ya que no pensaba en otra cosa que viajar lo más pronto a Nepeña

- Saliste al fin con tu capricho hijo, y yo creí que ahí podrías haber hecho carrera; pero se te metió en la cabeza salir de baja y vamos a ver qué vas a hacer ahora ¿Qué vas a hacer en Nepeña? Meterte a la chacra, cuidar chanchos, darle pasto al ganado, ayudar en la fonda… No hijo, ya eso no es para ti. En fin, ya pasaste de los 20 años y ojalá sepas lo que has hecho, recuerda que yo no quise que dejaras el Ejército. Tenía la esperanza de verte convertido en oficial algún día y hubieras llegado a serlo, ¿acaso Pancho no comenzó como tú, y qué me dices de tu tío Teodoro?

--Sí vieja, todo lo que tú quieras, pero hay algo sobrehumano que me jala a la Santa y no tengo tiempo para recapacitar si hago bien o mal. El caso es que mañana cuando llegue a esa tierra querida estaré cantando en la esquina de la casa:

“Mucho tiempo después de alejarme

Vuelvo al pueblo que un día dejé

Con el ansia de ver por sus calles

Mis viejos amigos, el viejo fondín”

- Pero ¿es que no te vas a quedar un par de días siquiera Augusto?, aún no he preparado toda tu ropa y tengo que zurcir tus 2 pares de medias.

-- ¿Qué “toda tu ropa” es esa abuelita? Un pantalón, un saco, 2 camisas y… yo creo que ya no hay más. ¡Bah! no te preocupes. Me iré de uniforme, así no gasto en pasaje y cuando los muchachos en Nepeña me vean con esta polaca de botones dorados y estas polainas relucientes, se van a quedar con la boca abierta. Y ¿qué dirá ella cuando me vea?

-Que está muy bonito hijo, todas las chicas te van a querer abrazar.

-Pero yo sólo quiero abrazar a una y ese abrazo ha de ser eterno porque no he de querer soltarla un instante. Bueno vieja, después que me des un café, voy a Lima a hablar con este gallo de la Horpacífico para que me dé un asientito bueno, que no sea uno del fondo.

*****

-Ya es hora que te retires a descansar Teodoro, toda la tarde has estado expuesto al aire y eso no es nada bueno para ti que recién estás convaleciendo.

-Sí Victoria, dile a Enma que venga a ayudarme. He tomado bastante aire y he recreado mi oído aunque sea con los gritos de la palomillada esta. Oye, pero que manera de gritar de esos hijos de Don Marcelo querían pegarle al hijo del cura porque éste se negaba a pagarle el coco que uno de ellos le había ganado.

-¡Buenas tardes Don Teodoro!

-Buenas tardes ¿Quién me habla? La voz me suena pero no la puedo recordar muy bien.

-Encarnación, Don Teodoro, Encarnación Ramírez.

-¡Ah! Bailango ¿no ves? Si tu voz me sonaba pero no la podía encajar ¿qué tal? Cómo va la chacra, ya tendrás todo preparado para sembrar maíz o ¿acaso piensas en algodón?

-Sí Don Teodoro, voy a sembrar 2 tablas de maíz y una de algodón. Pienso separar una regadera para camotitos y otra para yuquitas pues, Don Teodoro. Una parte ya está surcada falta sólo entablar; la otra parte sí quiero darle una reja más, aprovechando que el remojo ha sido bueno, ese será para algodón. Ojalá pues, no venga el “arreviatao” como el año pasado y podamos sacar regular cosecha porque quiero estar preparado para la Celebración de La Cruz. Me toca a mí el próximo año.

-Ajá, eso quiere decir que habrán muchos cuyes, bastante chicha y algunos cabritos.

-Sí Don Teodoro, tenemos bastantes cuyes. 2 cabritos maltones que para esa fecha ya estarán buenos, la jora también ya la estamos preparando. Queremos que la Celebración sea buena. Don Hilario estará allí con su arpa, Chumbo va a tocar la guitarra y el acordeón todavía no lo hemos comprometido.

-Bueno Encarnación, ojalá todo salga como te propones. Me das un permiso que me voy a retirar, la Sra. no quiere que esté hasta muy tarde acá afuera. Salúdame a tu Sra. madre.

Don Teodoro - el otrora hombre fuerte, robusto y corpachón- se retiró a su cuarto acompañado de Enma, una muchacha de servicio. La ceguera que le sobrevino después del trágico accidente en su “Panagra” lo había hecho envejecer precipitadamente, pero no había perdido ese buen humor del que a veces hacía derroche. No obstante ello, también solía sulfurarse con facilidad por “quítame esta paja” pero la Sra. Victoria que conocía a su marido sabía mantenerlo siempre tranquilo.

- Oye Victoria, ¿qué habrá pasado con Augusto que no nos ha escrito esta semana? ¿No estará enfermo?

-En su última carta decía que ya estaba por salir de baja, a lo mejor nos cae en uno de estos días y nada menos que anoche soñé con él. Lo ví con su uniforme bien plantado así como está en esa foto que tienes en la cabecera… pero ¿qué tienes Teodoro? ¿Por qué te tiras de los pelos?

-Nada, nada, es que… yo no podré ver a mi hijo con su uniforme del que tanto se enorgullece: “Cuando me veas con mi uniforme, vas a quedar encantado de tu hijo” me dice en una de sus primeras cartas.

Don Teodoro quería mucho a Augusto aunque su trato no era precisamente el de un padre amoroso. Doña Victoria, era la “mamá” de Augusto. Lo crió desde muy tierna edad pues este perdió a su madre al nacer. Casado don Teodoro en segundas nupcias y no habiendo tenido la Sra. Victoria ningún hijo, derramó todo su caudal de afecto en Augusto el hijastro. Cosa rara, rarísima, si se tiene en cuenta la conducta común en estos casos. Pero Augusto no era un santo, por el contrario, hacía honor al apodo que de chico siempre llevó:”el loco”. Cuando por causas que no estoy muy bien enterado tuvo que marchar a Lima a estar con su abuelita, la pobre viejita no pudo manejarlo y lo metió al Seminario de Santo Domingo. Ya llevaba sotana, sabía rezar en latín pero los curas tampoco lo soportaron y le dieron forata. Y el pobre fue a parar a Nepeña otra vez. En el colegio fue el dolor de cabeza del maestro Sarmiento, luego de Carranzita y finalmente del maestro Chávez quien parece que llegó a domesticarlo. Las maestras Núñez (cachetito de oro) y Huamanchumo que también les tocó manejarlo, se dieron por vencidas y no pudieron con la fiera. Cuando escuchaba clases de la Sra. Huamanchumo, se le “caía” siempre el lápiz a los pies de la maestra y al ir a recogerlo, lo hacía mirando arriba. Lo que veía lo comentaba luego en el recreo; que la Sra. Usaba calzón blanco con refuerzo en la parte noble ¡Tremendo marabunta!

*********

-Bueno vieja, dame un abrazo, deséame mucha suerte, aunque no sé cuando volveré a verte. Tal vez cuando lo haga, no sea yo solo quien venga.

-Adiós hijito, que te vaya bien, cuídate, déjate de locuras, salúdame a Rosendo, y dile que hace tiempo no recibo nada de él.

Augusto tomó el tranvía en el paradero de Olaya. Se bajó en Colmena. Con una pequeña maletita en la mano caminó hasta la Agencia Horpacífico que queda en el Parque Universitario y llegó justo cuando el ómnibus estaba por partir. Ocupó el último asiento y al comenzar a abandonar Lima sintió un poco de pena de dejar algunos recuerdos gratos atrás, pero las ansias locas de estar pronto en Nepeña hicieron que se esfumara todo vestigio de melancolía.

Regresar, volver al terruño tiene un atractivo inigualable. La emoción que se experimenta es inconmensurable y él iba pensando que esa misma noche tendría en sus brazos a la mujer que tanto amaba. A la mujer que 3 años de ausencia no habían conseguido restar absolutamente nada de aquel inmenso amor que en su corazón de niño supo anidar. Ahora sí le diría: mi China, aquí estoy para no separarnos más, aunque ruja el huracán.

Pasamayo, Supe, Huacho, Barranca, Pativilca, ¡uf! Qué viaje más largo, cómo tarda tanto; al fin Huarmey, ya sólo falta Casma, de allí una horita más: el cruce.

-Para, para aquí no más chofer, ¿no te dije antes de “La Cumbre”?

-¡Ah! Yo creí que seguías hasta Chimbote.

-No, no viejo, aquí me quedo. Ya pasará algún carro a Nepeña para que me lleve, mientras tanto voy avanzando. Chau viejo y muchas gracias.

Y augusto comenzó a caminar, la tarde estaba fresca, la maleta no pesaba mucho y pocos momentos después ¡Cerro Campana a la vista!

-Ah, ya mismo llego a Huacatambo. Allí descansaría en la tienda de Salas, seguro no demora en pasar algún carro.

-Buenas tardes mi Sargento

-Buenas tardes hijo, ¿a dónde vas?

-A “La Capilla” mi Sargento, allí vivo… ¿y Ud. a dónde va Sr.?

-A Nepeña

-Pero a pie lo va a agarrar la noche antes de llegar a Vaquería y ese lugar es muy feo.

-No te preocupes cholo, que ya pasará un carro; ¿no ves, no decía yo?, allí viene una camionetita, ojalá vaya a Nepeña.

Paró la camioneta, era de Don Lorenzo Sánchez.

-Hola Don Lorenzo ¿Cómo está Ud.? Oh! Sra. Dorita ¿Cómo le va?; Don Marianito… ¿Qué tal?, tío Moise ¿Qué tal?; pero que lindo es esto, estoy en Nepeña antes de tiempo. Pensaba irme a pie si no pasaba este carrito, ahora llegaré antes.

El vehículo comenzó a deslizarse entre tumbos y baches de la carretera no muy buena que conduce a Nepeña. Augusto respondía a todas las preguntas que sobre el Servicio Militar le hacían los otros pasajeros- todos ellos de Nepeña- y sin embargo, él no pudo hacer la única pregunta que ya tenía a flor de labios pero que un cierto prurito de pudor casi infantil se lo impedía: ¿no saben cómo está mi China? El carro pasó raudo por Capellanía dejando una estela de polvo para entrar al tramo más remolón de todo el trayecto, tramo en el que más se avanza a pie que en carro pues casi siempre éste se atolla en el fangal. Pero esta vez no hubo atollada. Llegando a Vaquería el camino ya es duro, asentado, y Augusto quería con la descubrir ya la torre de la Iglesia pero hubieron de pasar algunos minutos en los que en la silente observación de cañas cultivadas a la derecha del camino y carrizos silvestres a la izquierda, surgieron al fin como una visión fantasmagórica las 2 blancas torres de la Iglesia que estaba tan asociada a sus íntimos recuerdos. Fue en su recinto donde ella le dijo “sí” sin proferir una palabra. Él la había mirado inquisidor y ella con una sonrisa tímida y una mirada tierna le estaba dando la respuesta... Ya es mía, ya es mía, había querido gritar pero se dio cuenta que habría provocado alarma en la feligresía. Ya faltaba muy poco para entrar al pueblo, estaba pasando por la chacra de don Higinio, luego la de Don Octavio, la huerta de éste y algo más allá se ve la de Don Pascual pero el carro pasa ahora por la puerta de los Terry. Llega hasta él, el fuerte perfume de las flores. Al fin, la calle principal. Augusto ha enmudecido de emoción. 3 años sin ver su pueblo le parecieron 3 siglos y ahora estaba allí y lo encontraba todo igual: Neciosup con sus sombreros, peones de Naveda que descargaban sacos en la puerta de la casa de éste. Se bajó Doña Dorila y él un poco más allá, en la puerta de su casa. Estaba tan emocionado que parecía que iba a explotar. La Sra. Victoria corrió a abrazarlo. Enma lo abrazó y le quitó la maleta. Entró a ver a su Papá y quedaron padre e hijo confundidos en un sólido abrazo, no se dijeron nada, absolutamente nada, pero en ese expresivo silencio el viejo le estaba diciendo lo mucho que lo había echado de menos en estos 3 años de ausencia y Augusto correspondía también ese sentimiento. Conversó luego con su padre por unos instantes hasta que la Sra. Victoria lo llamó.

-Ven hijo para que te laves y te quites todo ese polvo del camino, después pases a comer, debes estar con hambre.

-Lo que yo quiero saber es cómo está la China.

-Ella está buena, allí está en su casa.

“Está en su casa”… pero no te dijo toda la verdad. No quería asestarle ese golpe. Le había preguntado tan ingenuamente por ella, que le dio pena decirle: ya tiene marido. En la tienda se habían congregado un grupo de muchachos, chiquillos todos que querían ver al Sargento Primero, creo que no habían visto a otro por allí. Después que se hubo lavado y comido con desesperación; Augusto cepilló su uniforme, le pasó un paño que llevaba consigo a sus polainas, se acomodó la gorra “bien a lo alemán” como decía él, y salió al encuentro de la palomillada quienes lo aplaudieron y vivaron. Era un acontecimiento aquello.

Ahora a ver a la gallada. Con quien se encontró primero fue con Fidel, el famoso “Cuaclo”, se abrazaron entre vivas y expresiones de júbilo pero con el no pudo hablar de lo que tanto le interesaba.

-Ya nos veremos enseguida Fidel para conversar largo y tendido, ahora tengo que ir a casa de mi tío Rosendo. Era un despiste, lo que él quería era verla y si fuera posible hablarle pero no encontró forma de hacerlo. En la esquina del “chinito de la piedra” encontró a Munco otro de sus buenos amigos, su confidente; se abrazaron muy afectuosamente y caminaron hacia el pedregal. En la esquina de Oreyana se sentaron, era ya de noche pero la luna alumbraba intensamente e invitaba a platicar. Fue Munco quien inició el diálogo:

-Mala suerte hermano, la vida es así. Tienes que resignarte, la pobre no pudo aguantar 3 años.

-Pero qué dices Munco, ¿Que ella ya tiene otro?

-¿Cómo y no lo sabías? Hace 3 meses que se la levantó uno de Chimbote y yo creo que hasta ya la plantó porque ayer precisamente la he vuelto a ver en la panadería. No me quiso dar cara, seguro tiene vergüenza. Parece que ya está atorada, dice que estará acá mientras él hace un viaje a Lima pero eso me parece puro truco; fijo que ya no regresa el gallo y ella tendrá que cargar el hijo como pueda.

-Pero eso no puede ser… si ella… si, hace más de 3 meses que no recibo carta de ella… de todos modos, me escribía cuando ya estaba con el tipo ese… ¿y quién es él? ¿Tú lo conoces?

-Así de vista nada más. Es joven, tiene regular pinta, pero no sé en qué trabaja. Siempre llegaba a la panadería, seguro la iba charreando poco a poco, hasta que ella aflojó. Ahora ya se jodió, y si la han plantado peor todavía. Después de tanto llanto y quiquiriquí cuando te fuiste para que al final salga haciendo la cagada. Pero ¿tú no sabías nada?

-No, nada. Había dejado de recibir carta estos últimos 3 meses y si es verdad que en algunos instantes dudé de ella, siempre descarté esa posibilidad de engaño o traición porque la creí demasiado pura para llegar a aquello que ha hecho. Cómo me duele esto y cómo no habría de dolerme si somos enamorados desde hace tanto tiempo, habíamos hecho tantos planes que aun me parece que esto no es más que una pesadilla. ¿Qué la hizo tomar esa decisión?

-Yo no sé qué, pero el asunto es que ella te jugó sucio y mírala ahora mismito la está pagando.

Augusto había recibido el golpe de gracia, lo que llegó a pensar sólo en esporádicas ocasiones había sucedido y no le quedaba más recurso que hacerle frente a la realidad. Pero es que a los 20 años se es todo corazón y el cerebro no funciona con regularidad y para Augusto esta experiencia lo tomaba de sorpresa, imprevisto y sus consecuencias serían bastante serias.

Caminaron al centro, pasaron hasta donde Rosa Gonzáles (la tortolita) y con otros amigos comenzaron a tomar cerveza. No estaba acostumbrado a beber; es más, no le gustaba pero esta vez quería emborracharse y anestesiarse. Así del tremendo dolor que le estaba martillando el alma. “Las locas ilusiones me sacaron de mi pueblo… y abandoné mi casa para ver la capital…” y con voz desabrida y acongojado, seguía entonando este valsecito que en un tiempo fue su “santo y seña”. Estaba ebrio, completamente ebrio. Había bebido sin medida y ahora quería cantar “corazón, hasta cuando estás sufriendo hasta cuando corazón…” pero ya no se acordaba más y se calló un instante. “Salud Munco, salud Biscochito, salud muchachos; brindo por ella, por la que no me engaña. Por ella, por la botella” y se apuró 2 vasos seguidos. “Ahora muchachos voy a dirigirles la palabra” se paró de la silla, quedó recostado en el mostrador y comenzó a hablar.

-“Cuando los compositores dicen en sus canciones por ejemplo: “Cuando un amor se va, no es fácil olvidar al querer que nos deja… y que se aleja sin compasión”; no lo han dicho porque su imaginación ha sido pródiga sino porque en esos instantes han estado pasando cosas como las que me pasan hoy a mí. Todos Uds. saben que yo abandoné este pueblo que quiero tanto, no sólo por cumplir con el Servicio Militar Obligatorio sino porque quería labrarme un porvenir que no fuera el de la fonda ni la chacra porque quería otra cosa para ella. Pero estando en Lima, el amor al terruño y a ella por encima de todo, me hizo cambiar de parecer y creo ahora que también aquí se puede hacer patria…. Si no me hubiera movido de acá no la hubiera perdido, maldita la hora en que me fui. Ahora sin ella ¿para qué quiero la vida? Ninguno de Uds. ha atravesado por un momento tan duro como éste, y ojalá fuera sólo un momento pero constituye toda una vida. Salud muchachos, beban, y no me dejen solo que quiero abrirles mi pecho para que Uds. vean como tengo mi corazón. ¿Lo tendré aún? ¡Debe ser! Porque siento que me quema por dentro, debe estar sangrando pero…”

Augusto titubeaba, el licor lo estaba venciendo, el cuerpo se le iba y en su rostro se veía claramente que era presa de un dolor indescriptible. Los muchachos que lo acompañaban- amigos de tiempo atrás- contagiados de la pena de Augusto, vaciaban sus copas sin cesar porque también querían embriagarse. Estaban compartiendo la pena y el dolor del amigo que con sólo 20 años a cuestas, estaba soportando lo que sólo un hombre puede sufrir. Era más de medianoche; las calles estaban oscuras y silentes. De vez en cuando se sentían pasos de alguien que cruzaba el parque y hasta ellos llegó como un suave susurro, la voz de Filiberto Méndez con Albino Alegre que en “El Pedregal” entonaban en ese momento un Yaraví conmovedor y emotivo: “Si das con el alma”. Pareciera que se hubieran puesto de acuerdo para acrecentar el dolor de Augusto quien no pudo permanecer indiferente porque la letra de ese yaraví también estaba asociado a su recuerdo, y todos a coro comenzaron a entonar dicha melodía como haciéndole la competencia a los lejanos contendores.

“Ahora muchachos ya lo saben, el loco pajuela no volverá más a ser el loco pajuela. Mi alegría toda se ha esfumado ¿Creen Uds. que pueda volver a ser el juguetón de antes? ¡Qué va! Muerta ella para mí, es como si hubiera muerto mi alma. Sí, la tenía puesta en ella y hoy me siento vacío. ¿Verla? ¿Para qué? No quiero. Es tan vil y tan canalla que no ha sabido cumplir con su promesa ni respetar su juramento. Que se pudra mientras viva, en el atolladero de su existencia… No, no, eso no, ella no es culpable; el destino… su familia… la mía… qué se yo. Ella era una santa… hasta que dejó de serlo para ser sólo mujer, y como tal se olvidó de todo lo que prometió. ¿Cómo podré en adelante creer en una promesa? Si ella “la mujercita noble compañera de mi vida errante” como yo la llamaba ¿me ha hecho esto? ¿Existe el amor? No, ya no creo en eso; porque si amor es una pasión sublime que une a dos seres, es comunión de ideas y sentimientos, cariño y afecto mutuo ¿dónde está la sublimidad? ¡Bah! Frases vanas todas, pura literatura, toda una farsa. Ya no me queda más que un camino: salir de acá. Abandonar mi Nepeña querido, que ahora me parece que blasfemo cuando digo “mi Nepeña querido”; porque el cariño a este mi terruño ha estado siempre ligado al recuerdo de ella, han formado siempre un binomio que ahora con la desaparición de una de las partes queda reducido a la nada…”

-No digas eso Augusto, que eso sí es blasfemar. Aquí quedan tus viejos, tus amigos y todo un caudal de recuerdos de tu niñez, infancia y juventud que no puedes echar por la borda por el simple hecho de haber sido decepcionado. No eres el único a quien eso sucede ni tampoco serás el último. Tu inexperiencia, tu juventud, la ignorancia de los problemas de la vida; hacen que te expreses así. La existencia del hombre no está supeditada a sólo el amor de una mujer sino a una serie de factores que contribuyen a la vida. Debes tener en cuenta que el amor constituye sólo un episodio en la vida de un hombre mientras que para la mujer sí es la vida toda. Debes mirar el mañana con más ecuanimidad, con menos pasión; tengo más experiencia que tú, he vivido algo más y puedo decir que te equivocas al asegurar que la vida sin ella ya no tendrá incentivo para ti. Por el contrario, este episodio de tu vida será un acicate para tu mañana. La has perdido a ella pero has ganado una experiencia que- aunque dolorosa por cierto- te servirá como el abono a las plantas, fortificará tu espíritu y templará tu personalidad. Has recibido tu bautizo de fuego, quedarás impermeabilizado en gran parte contra futuras decepciones. Sé valiente Augusto, recuerda aquello de “de amor no se ha muerto nadie” y si alguien lo dice o asegura puedes estar cierto que miente. Yo también como tú, pasé por una época similar. Creí volverme loco, me volví un escéptico en todo; pero poco a poco fui volviendo en mí y acá me tienes. Ya formé mi hogar, puedo decir que soy feliz y aunque a veces recuerdo las páginas de mi pasado, no pasa de

allí, de recuerdos. Y las penas no son pocas cuando son penas de amor… ¿verdad? ¡Salud entonces!

Quien se había dirigido así a Augusto era Moisés Carranza, el popular “Docto”; formaba parte del grupo que tomaban y cantaban. Eran cerca de las 5 de la madrugada, la Sra. Rosales dijo que ya iba a cerrar la tienda, que la disculparan. Salieron todos, acompañaron a Augusto hasta su casa, pero no entró por la puerta que da al parque ni por la que da a la Calle Real sino por la puerta falsa; se despidió de los muchachos y cerró la puerta. Cuando sintió que todos ya se habían alejado, abrió suavemente la puerta y volvió a salir pero no se dirigió hacia la Calle Real sino que caminó unos pasos como quien va a la casa de Doña Isolina, a pocos pasos de su casa se paró, contempló el huaranguito que había cerca de la orilla del canal que por allí pasa y se sentó junto a él. Estaba exactamente en el lugar de sus citas mañaneras, en el lugar donde se dieron el abrazo de despedida cuando él iba a partir a Lima a cumplir con el servicio militar obligatorio. Eran algo más de las 5 de la mañana, el día ya se sentía venir, aclaraba el alba, un suave olor de pan fresco llegó hasta él; Don Roberto ya estaba horneando. Ella… ella estaría también allí en la panadería esperando que llenaran las canastas para después distribuirlas… O ¿quién repartirá el pan ahora? Estaba meditando con la cara apoyada en sus 2 manos. El frescor de la mañana le había disipado los efectos de los tragos y sentíase tranquilo ¿tranquilo? ¿Quién puede adivinar lo que sucede en un alma pura, noble y sincera después de un acontecimiento de esta naturaleza? Él tenía en cuenta las palabras del “Docto”, las había escuchado con atención pero ¿acaso fuera posible las asimilase? Su mente viajaba buscándola, sus sentimientos se contradecían y pensaba. “Tal vez intuya que estoy acá y venga a unirse conmigo, ¿la perdonaré? No, no, de ninguna manera…pero… ¿si la obligaron a casarse con el otro?” Pensaba miles de cosas, el cansancio lo venció y así sentado con la cara entre las manos se quedó completamente dormido. Eran las 6½ de la mañana cuando de manera acostumbrada pasó por allí Don Marcelo Méndez, se dirigía a su chacrita montado en su burro mojino, iba a sacar la leche a su vaca Filomena. Al ver a Augusto en esa posición y dormido pensó: vea Ud. al niño que ayer nomás llegó del servicio, seguro anoche ha estado con los amigos y mire dónde lo han dejado. Se bajó de su burrito y le puso la mano en la espalda suavemente para no asustarlo. Éste se despertó medio inquieto hasta que reconoció a Don Marcelo a quien reconoció y saludó:

-Caray Don Marcelo, que dirá Ud. de encontrarme aquí dormido en casi la vía pública, la verdad es que... bueno…, salí a tomar un poco de fresco y seguro el sueño me venció; además tenía varios tragos adentro. Ahora voy a acostarme antes que se levante el viejo, ojalá me dejaran dormir toda la mañana. Hasta luego pues Don Marcelo, salúdeme a Leandro.

Augusto entró despacio a su casa por la misma puerta que había salido. Tenía la esperanza de que nadie lo sintiera pero Enma que sacaba leña del corral para la cocina lo vió, ya lo iba a saludar cuando éste le hizo seña poniéndose el dedo índice en la boca. Entró a su cuarto, mientras se desvestía iba entonando a baja voz:…”gloriosa, caballería... eres orgullo de las Armas del Perú, del Perú…”. Se acostó y al minuto quedó completamente dormido.

No lo despertaron a tomar desayuno, seguro la Sra. Victoria comprendió que más falta le hacía dormir.

A las 10½ de la mañana la Sra. Victoria entró a su cuarto y suavemente lo fue despertando poco a poco para decirle que su Papá quería hablarle. Augusto se desperezó en la cama y por fin se levantó. Tenía un poco de dolor en la cabeza, su mente estaba algo confusa y sus pensamientos divagaban un tanto. Se lavó, acabó de vestirse y fue a saludar a su Papá quien se encontraba en la tienda sentado en un rincón.

-Buenos días viejo, ¿qué tal?

-Buenos días hijo; conque te fuiste de juerga anoche ¿eh? Bueno, ya eres un hombre, has vuelto del servicio y no creo sea bueno te lo reproche siempre que sea sólo por el día de llegada. Oye hijo, hace poco estuvo aquí el maestro Chávez, quiere que vayas al colegio. Los alumnos le han pedido verte allí con tu uniforme, dicen que te queda bien. Maldito accidente ese que me priva de verte cómo luces, pero me conformo porque sé que todos te admiran.

-Bueno viejo entonces voy de una vez, porque ya deben estar por salir del colegio los muchachos.

Salió de prisa al colegio. Con los que se encontró en el trayecto, cruzó un saludo raudo. Del colegio de mujeres atisbaron más de 50 cabecitas que querían ver al Sargento Augusto pero las maestras las privaron de esa satisfacción pidiéndoles atención a la clase. En la municipalidad había un pequeño grupo de hombres en la puerta, Calin, Guillermo, Fidel, Reynaldo, Baldomero y otros, a quienes saludó con un: “que tal muchachos, ya regreso por acá”. Llegó al colegio, al Centro Escolar N°315, su querido colegio que vivió en su recuerdo constantemente mientras permaneció en el servicio, el maestro Chávez lo esperaba en la puerta. Un abrazo emocionado cerró el encuentro del maestro con su ex alumno; el palomilla que más de una vez le hizo perder la paciencia estaba ahora frente a él y ya era un hombre, pero… si éste volviera al colegio –pensaba el maestro Chávez- de seguro que todavía se entretendría tirándome mangos verdes por la espalda.

-Adelante, mi querido Sargento. He reunido a todo el alumnado en una sola aula para darte la bienvenida, porque sé lo bien querido que eres por todos y lo mucho que te mereces esta recepción.

Cogido del brazo por su antiguo maestro, penetró Augusto al aula de la mano derecha; el aula que no había sido subdividida y por lo tanto era la más amplia. Todos los alumnos de pie a una seña dada por el maestro Saldaña comenzaron a cantar: cual bandada de palomas/ que regresan del vergel/ hoy volvemos a la escuela/ anhelosos del saber/ ellas vuelan tras el grano/ que las ha de sustentar/ y nosotras tras la idea/ que es el grano intelectual…

Augusto permaneció en atención, con porte netamente militar; escuchaba emocionado las tiernas voces de tantos muchachos juntos que alguno de los cuales tal vez le seguiría sus pasos. Los miraba uno por uno y se acordaba de su tiempo de colegial. Qué época tan feliz la de la niñez, cuánto daría por volver a serlo. Terminaron de cantar pero permanecieron aún de pie, una mano por aquí, otra por allá se agitaban en señal de saludo.

-Habiendo los alumnos entonado la canción escolar que esperamos te haya hecho vivir un pasaje del ayer, renovámoste nuestro saludo de bienvenida y en nombre de todos y el mío propio hacemos votos porque tu retorno a la tierra que tanto quieres y que tanto te echó de menos en estos 3 años de ausencia, sea para ya no abandonarla, porque Nepeña necesita de los hijos como tú, que la amen, que la sientan y que la protejan. Ya cumpliste con la patria, ahora ha cumplir con tu pueblo. Toda tu experiencia adquirida en el Servicio Militar, tu vida en una ciudad cosmopolita como es la capital; debe haber hecho germinar en ti, el deseo de llevar a Nepeña al sitial que le corresponde y sacarla del marasmo en que duerme. Estos niños que ahora contemplas, mañana serán hombres, muchos tratarán de emularte porque ahora constituyes un ejemplo viviente. Te pido que lo sigas siendo y no defraudes las expectativas que en ti hemos cifrado. Tres hurras por Augusto muchachos: hip hip rá, hip hip rá, hip hip rá….

Calurosos y tiernos aplausos sellaron la improvisación del maestro Chávez.

-Querido maestro Chávez, querido maestro Saldaña, queridos niños: la emoción que me embarga en estos momentos es inmensa. Nunca pensé ser recibido en la forma como lo acabo de ver. En realidad, considero un homenaje inmerecido el que acabáis de tributarme y es por eso que estoy doblemente agradecido y mi gratitud quedará comprometida de por vida al rememorar este bello momento en los que al contemplar los rostros inocentes e inquietos de Uds., he podido vislumbrar que la semilla que aquí germina darán frutos valiosos para nuestra patria del mañana. No se es niño toda la vida, como lo acaba de decir el maestro Chávez, mañana serán hombres. Cada uno de ustedes tendrá una responsabilidad, una meta, una misión que cumplir. Recuerdo ahora a un maestro que tuve aquí, el maestro Carranza, Carrancita como le decíamos nosotros por cariño y porque era… chiquito. “Me cuentan lo del último cartucho, me dicen de tu noble bizarría”, se refería no cabe duda a nuestro héroe Bolognesi; quería así inculcarnos el sentimiento del deber, la responsabilidad del deber: “tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho.” Eso fue lo que dijo el Coronel Don Francisco Bolognesi cuando fue instado a rendirse. Bello gesto que enaltece al hombre y enorgullece a la tierra que lo vió nacer; es por eso que nosotros los peruanos debemos siempre sentirnos orgullosos de nuestros héroes que si bien no nos legaron triunfos, escribieron con su sangre páginas sublimes de nuestra historia que nosotros debemos venerar; y para cuando llegue el día, si la patria nos llamara a defenderla, entregar nuestra vida si fuera necesario, porque morir por la patria es vivir dos veces. Mañana serán Uds. hombres, les espera a cada uno determinada tarea que cumplir. La mejor manera de estar preparado para afrontarla es asimilar ahora las enseñanzas que les imparten sus maestros. No olviden nunca que la niñez nos es eterna, mañana cuando dejen estas aulas sentirán la nostalgia que la separación lógica depara. Pero esta nostalgia se verá atenuada si saben sacarle frutos a las enseñanzas que aquí recibieron. Es por eso que con algo de experiencia y autoridad en la materia les pido que no desoigan los consejos de sus maestros y saquen el máximo de provecho de las enseñanzas que ellos les imparten. Nuestro país necesita no sólo de soldados sino de hombres preparados en diferentes ramas. No sólo se sirve a la patria vistiendo un uniforme como el que aún llevo puesto; sirve a la patria un buen agricultor, que sabe sacar de la tierra el alimento que ha de sustentar los organismos de sus demás congéneres, sirve a la patria un constructor que sabe edificar una vivienda sana y confortable, sirve a la patria un buen médico que alejado del mercantilismo se dedica a la noble tarea de curar enfermos. Sirve doblemente a la patria el maestro de escuela, que muchas veces olvidado por las autoridades de su ramo, hace de su profesión un verdadero sacerdocio; sacrificando cuantas veces – por no decirlo siempre- su descanso cotidiano, en aras de su misión: formar hombres. Misión sublime que muchos no sabemos valorar y que hasta pasa desapercibido para muchos; pero ellos saben que a falta del merecido reconocimiento, les queda la satisfacción íntima de saber que cumplen a plenitud una honrosísima y fecunda labor. Cuando llegamos a la mayoría, cuando nos emancipamos del tutelaje paterno, cuando ya convertidos en ciudadanos comenzamos a rodar ese camino escabroso de la vida; empezamos recién a valorar la obra del maestro de escuela, de quien nos moldeó la personalidad para desempeñarnos en diferentes menesteres. Mañana, cuando ustedes abandonen estas aulas, no olviden que tienen una deuda de gratitud contraída para con sus maestros. Los soles que ellos reciben no pagan ni pagarán nunca su labor altamente altruista que ellos desempeñan. Seguid siendo buenos alumnos hoy y la patria tendrá asegurados buenos hombres en el mañana. ¡Viva el Perú!

¡Viva! Respondieron a coro todos los muchachos; el maestro Chávez y el maestro Saldaña felicitaron a Augusto por sus palabras y lo invitaron a recorrer el interior del colegio mientras los alumnos desfilaban a sus casas. Muchos de ellos se habían quedado en la puerta a seguir mirando embelesados el uniforme de botas brillantes y espuelas niqueladas mientras hacían un grupito comentando

-Cuando yo sea grande, también me iré para el servicio. Ya vas a verme, bien firme con mi gorra. Cuando regrese Uds. me van a preguntar ¿cómo es eso? Cuéntanos.

-Que, ¿qué?; si yo también voy a ir, pero no voy a ir al Ejército sino a la Marina. Mi Papá dice que allí se conoce más; voy a ir a un país, después a otro, ¡ah! Y hasta voy a fumar cigarro fino.

Mientras tanto los maestros con Augusto paseaban por el patio de la escuela, rememorando las palomilladas de éste junto con la de sus otros compañeros: Fidel Mondoñedo, Juan Méndez, Sergio Solari, Jesús Márquez, el popular cabeza chata Erasmo y Alejandro Mondoñedo, Guillermo Reyes, Guido Alva. Y no se olvidaban tampoco de Evaristo Zelaya, el decano del 2° año; el muchacho que le tomó tanto cariño a ese año de estudio que desde que llegó a él, ya no quiso pasar de año y no porque sus maestros no le permitieran pasar al 3° sino porque él hacía méritos para seguir allí. ¡Cuántas promociones lo encontraban y lo dejaban en 2° año! Al comenzar el año había varios alumnos que creían que él era el maestro. Doña Camila y Don Carmelo le preguntaban siempre que cuando terminaría para que los ayudara en la chacra y éste siempre les decía: ya me faltan sólo 2 años. Cuando le tocó ser movilizable abandonó el colegio, tenía vergüenza estar sentado junto a tantos granujas cuando él era ya un ciudadano. Así perdió el 2° año a su decano.

Ese día Augusto almorzó con su Papá y conversaron de muchas cosas; el viejo quería que él se hiciera cargo de la chacra y del ganado, la Sra. Victoria seguiría con la tienda y el restaurant; Eugenio manejaría y administraría el carro, como Lolo seguía estudiando en Trujillo no podía dársele responsabilidad alguna.

-Mira viejo, yo he vivido 3 años pensando sólo en regresar pero ahora que estoy acá… no sé… claro... estar a tu lado, en mi pueblo donde tanto me quieren, pero… yo no sé cómo decírtelo, tal vez no pueda quedarme, tal vez te acompañe sólo unos días más, en resumen no sé aun qué decisión tomar, por favor dame tiempo; estoy desorientado, necesito pensar.

-Está bien hijo, tienes tiempo para pensar, pero lo que yo he querido siempre es tenerte a mi lado y si muero pronto… pues… las cosas no quedaran abandonadas. Yo sé que tienes un problema, y éste es de carácter sentimental, no me lo has confiado nunca pero ha llegado a mis oídos el desenlace que él ha tenido. A pesar de considerarte muy muchacho para que andes cargando con un problema que no es liviano, puedo decirte que lamento que te hayan jugado sucio. Ah, que poco sabes de la vida hijo. Recién empiezas a volar y ya te hirieron un ala. Cazador furtivo es el destino, hoy te hirieron un ala, pues vuela con una hasta que te cures la otra. Pero no dejes de volar, sigue siendo el avecilla inquieta y vive, goza, canta. Cura esa herida Augusto, yo sé que es profunda y no por el arma que se usó para causártela, sino porque te entregaste a ella con un candor angelical. Mañana… pasado… cuando tú quieras, dime que has resuelto, yo estaré rogando porque tu decisión sea la de quedarte a nuestro lado.

Han pasado 7 días desde que Augusto llegó a Nepeña, los homenajes y recepciones se han sucedido ininterrumpidamente. Ha estado en el panteón poniéndole flores a su mamá y pidiéndole en oración silenciosa que mitigue su dolor, que el manto del olvido venga pronto y pueda recuperar su alegría juvenil, ahora por completo desaparecida.

Ha visitado la iglesia, se ha arrodillado ante el altar mayor y ha exclamado: ¡Cómo me fallaste Virgencita de Guadalupe!

En sus diarias caminatas a Huarayco ha tratado de hacer renacer su amor y cariño por todas esas cosas que antaño le sedujo, pero ya nada le llama la atención; si la alfalfa ya está madura para poner el ganado a pastar, si el maíz ya está bueno para tumbarlo, si el algodón necesita algún riego, si aquella cabeza de plátano debe ser bajada. Nada, nada lo inquieta. Ni su hermoso potro blanco que su viejo tanto se preocupó por engordarlo le atrae su atención; se limitó a acariciarle el lomo, examinarle los cascos y mirarle la dentadura pero no hizo nada por aperarlo, estaba muy desganado para eso. Por la casa de “Paludismo” los perros salían a ladrarle cada vez que el pasaba, ya ni lo conocían. ¡Qué vacío era el mundo de Augusto! En todo este tiempo tampoco había podido ver ni de lejos siquiera, a la mujer que era la causante de todo su desasosiego. Alguien le dijo un día: está pa’l gato, no es ni la sombra de lo que fue, anda toda desaliñada, no se le ha visto sonreír siquiera desde hace algún tiempo; se puede adivinar que su vida es un drama.

Un drama… que sin haber llegado al último acto él podía presentir un final desastroso. Había pensado que cuando alguien escribiera la historia de su amor terminarían diciendo… “y fueron muy felices” como terminan los cuentos de hadas.

El Club “Sport Buenos Aires” cuyo presidente era Reynaldo Lazarte lo invitó a una sesión una noche; el local quedaba al costado de su casa, Augusto aceptó gustoso y se hizo presente cuando el secretario terminaba de dar lectura al acta de la sección anterior. La junta Directiva en pleno se puso de pie para saludar al ex socio que esa noche se reincorporaría a la vieja institución. Se sentó junto al Fiscal Oscar Lazarte y escuchaba con atención el informe que sobre el último partido de fútbol sostenido contra el “Buenos Aires” de la Campiña de Chimbote, estaba rindiendo el Capitán de equipo Ángel Días. Después vinieron las observaciones, críticas a determinados planteamientos. René Honores, el arquero, se quejaba que los 4 goles que le pusieron habían sido inatajables porque la defensa lo dejó siempre solo y que sería bueno que para los próximos partidos recomienden a la pareja Leandro Méndez- Eduardo Mondoñedo; se preocupen más en la defensa que el ataque. Cuando la sesión llegó a la orden del día se aprobaron una serie de pedidos entre ellos cursar una invitación al “Alianza” de San Jacinto para sostener un partido amistoso el próximo domingo. Antes de dar por terminada la sesión, el presidente Reynaldo Lazarte en frases conceptuosas manifestó que el pueblo en general y el Club en particular; se sienten muy contentos de tener de regreso al amigo, al paisano, compañero y jugador del equipo de 2ᵃ división que con los adelantos y nuevos conocimientos adquiridos esperaba verlo integrar la primera división para dentro de muy pocos días. Nos viene haciendo falta- dijo Reynaldo- un puntero izquierdo neto, que si Augusto ha perfeccionado algo sus condiciones natas para este puesto, tendremos, lo aseguro, otro Alejandro Carrillo, el zurdo que fue declarado el terror de los arqueros.

-Bueno señores, muchachos, amigos todos; aquí me tienen como siempre deseoso de cooperar por el engrandecimiento de nuestro querido Club que tanto eché de menos en estos 3 años de ausencia. Sin embargo, seguí de cerca todas sus actuaciones y al contemplar aquellas vitrinas colmadas de trofeos, veo que no habéis perdido el tiempo y que la cosecha ha sido buena. En cuanto a lo que ha dicho el Presidente- nuestro amigo Reynaldo- sobre mi progreso en este difícil arte de la pelota, debo confesarles que tal progreso no ha habido pues lamentablemente nunca tuve tiempo para practicarlo. La vida en la Escuela absorbía mi tiempo en diferentes actividades y como quiera que he pertenecido al cuerpo de Caballería, el lado deportivo en esta arma sí lo he practicado. Y no sé si Uds. se llegarían a enterar, fui nombrado para una delegación ecuestre que llevaría la representación del Perú a la Argentina pero una afección hepática que en horas postreras me sobrevino, hizo me eliminaran de dicha delegación perdiendo una brillantísima oportunidad de demostrar en la Ciudad del Plata cómo un Nepeñero saltaba obstáculos con precisión matemática montando un noble y leal “plateado. Quisiera no obstante volver por mis fueros con la redonda, con un poco de práctica puedo llegar a convertirme en el puntero izquierdo que a lo mejor desplace al gringo Longobardi. Por ahora el Sr. entrenador puede contar conmigo siempre en 2ᵃ por supuesto, y vamos a ver cómo responde esta zurda que ha permanecido inactiva tanto tiempo. En verdad me da mucho gusto contemplar a esta afición que no ha decrecido. Sigamos haciendo deporte, que es la actividad más sana que pueda existir y de ese modo contribuimos a la formación de ciudadanos aptos para el desempeño de cualquier otra actividad en la vida cotidiana. Se juega no sólo para ganar, seamos ante todo buenos deportistas; ganar sin humillar al rival, perder sin sentirse derrotados y siempre con la sonrisa en los labios como nos lo dijera siempre nuestro ahora secretario Melecio Mogollón. Y como hacer deporte es hacer vida sana ¿no les parece que es bueno irse a dormir?

Todos rieron de la “salida” de Augusto y comenzaron a abandonar el local. Unos se iban al pedregal, otros al Lúcumo, algunos al parque de abajo y muchos se quedaron aun merodeando por el centro. Eran más de las 12 de la noche; las calles estaban silentes, se podía escuchar el caminar de los que se iban por la vereda de madera del “Chinito de la Piedra” y por la casa de Doña Isolina se sentía el monorrítmico cantar de los grillos haciendo coro con el croar de los sapos.

Y nuevamente estaba Augusto solo. Las calles así sin luz, sin gente, sin ruido tenían aspecto de cementerio, pero era su pueblo, su patria chica. Pero… ¿seguía siendo Nepeña el imán que con tanta fuerza lo atrajo? No,… el imán había perdido una cualidad, había perdido una porción de ese poder de atracción, faltaba ella. Dicen que las almas nobles no se doblegan, pero corazones tiernos y sinceros como el de Augusto no son fácil de restañar heridas como si se calafateara un bote que de pronto comienza a hacer agua. Había que darle tiempo al tiempo. Como buen militar que había sido, tenía que terminar por reconocer que no le quedaba otra cosa que retirar sus huestes y prepararse para un nuevo ataque por diferente flanco; esta vez ya más maduro, con más experiencia y con una cicatriz a cuestas por esta primera derrota. Si es cierto que la derrota fortifica, Augusto emprendería su segunda batalla con ambiciones napoleónicas con una meta solamente: VENCER.

FIN


Alcides Solari Lopez