15/8/10

Cafeina

Dos terrones de azúcar el suelo echarle a mi taza de café los viernes y domingos que vengo al café del parque central. En realidad es el único lugar que conozco en donde te dan terrones de azúcar. Y además vengo aquí los viernes y domingos solo para encontrarme con los mismos amigos de siempre aunque a veces alguno de nosotros no pueda venir.

Lamentablemente en los últimas semanas me he dado cuenta que vengo solo y los demás me han estado observando como si conocieran mi historia. “ese sujeto antes se reunía con sus amigos y ahora viene solo” pensara. De hecho no me importa, así como tampoco me importa ser un paranoico andante con una pistola nueve milímetros con silenciador guardada en el saco.

En fin, debo asumir que desde ahora vendré solo y que esto no tiene por qué cambiar mi rutina. Si los demás no pueden venir yo no tengo por qué cambiar mis costumbres y hábitos.

Y es que si bien estamos en épocas difíciles por las festividades que se avecinan yo no tengo mayor problema en continuar con rutinaria, ordinaria y aburrida vida mientras Cesar, Renato y Ernesto están ocupados en cumpliendo sus obligaciones laborales.

Todos nos conocimos en la misma universidad y pasamos por el suplicio de la misma facultad. Sin embargo yo fui el único que rehusé ejercer aquella maldita profesión y me dediqué simplemente a dictar clases de inglés en un instituto y publicar de vez en cuando mis cuentos o apuntes en alguna revista que estuviera dispuesta a hacerlo.
Aquellos años de estudio no fueron más que un desperdicio de tiempo por todo el aburrimiento que pasaba en clases pero una muy buena época si pienso en todo el tiempo que estuve ebrio para pensar en otras cosas. Antes no caminaba armado, pero un día empecé a ver los noticieros y fue tal mi impresión que decidí estar preparado para matar a quien quisiera hacerme daño o afectar indebidamente mi patrimonio. Mis amigos dijeron que estaba exagerando y que estaba algo loco. Me hubiera gustado ser psicólogo solo para comprobar si en efecto estaba loco.

Estoy por abandonar el café y recibo una llamada. Es Ernesto quien me avisa que por fin están los tres libres y reunidos en su casa. Por suerte es una invitación, no están tan lejos y yo aun estoy de buen humor para ir a verlos. Pago la cuenta y me dirijo a visitarlos. Lo más probable es que terminemos bebiendo hasta estar realmente ebrios, muy ebrios.

Eso es efectivamente lo que está sucediendo en estos momentos. Me empieza a doler el estomago y no paro de reírme de las estupideces, sin sentidos y disparates de los cuales hablamos. Se me ocurre sacar la pistola que tenia oculta y con la que siempre salgo a la casa y empiezo a disparar al aire. Ellos se asustan, no saben qué carajo está pasando. Una mancha de sangre empieza a teñir la alfombra de la sala. Mate a una rata de casualidad. Por suerte Ernesto no vive en un edificio, de lo contrario los vecinos habrían salido espantados por el episodio.

Renato me pide la pistola, creo que ya no quiere que siga disparando. El empieza a disparar contra las latas de cerveza vacías y contra la botella de whisky que aun no habíamos terminado. Por suerte fallo el último tiro.
Todos estamos muy cansados y por suerte tenemos planes para mañana en la noche. Iremos al mismo bar de siempre y beberemos cerveza barata antes de saltar como energúmenos a pesar de nuestra edad. No estamos tan viejos pero ya tenemos demasiado que contar a las futuras generaciones. Tal vez yo lo cuente. A mí me gusta hablar y a veces escribir.

Lo bueno es que el domingo iré por algo más de cafeína y dos terrones de azúcar.

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